La verdadera alegría del fútbol
Como todos los años, este verano he pasado unos días en un pueblo costero, y aunque la playa no se encuentra entre mis aficiones actuales, la proximidad de mi residencia a la misma me ha permitido asistir a un evento del que hacía mucho tiempo que no disfrutaba, y que me ha hecho recordar algunos momentos muy felices de mi niñez: un partido de fútbol sobre la arena.
Los jugadores eran niños de unos siete u ocho años. Antes de comenzar, por supuesto, era necesario hacer equipos. Para ello, las dos estrellas de la congregación, y por ende los capitanes, se pusieron uno frente al otro y dieron comienzo a un extraño ritual compuesto por complejos gestos de brazos y manos, que interpreté como el equivalente al pares o nones de mis tiempos.
Una vez finalizado, el ganador inició la ronda de elecciones. Ya en este momento, la alegría de los chavales cuando eran escogidos era sorprendente. Incluso el último, a juzgar por su aspecto el más joven, celebró efusivamente su elección abrazando a los que serían sus aliados en el campo, y es que siempre es agradable que le escojan a uno para algo, aún cuando el elector no tenga otra opción.
Respecto al partido en sí, observado bajo criterios futbolísticos resultaba totalmente caótico. Los dos líderes se limitaban a intentar regatear a todo el equipo contrario, mientras que el resto de jugadores soltaba un patadón en cuanto la pelota se aproximaba a su área de influencia. Se pueden contar con los dedos de una mano el número total de pases efectuados.
En cuanto a la estrategia, la expresión “fútbol total” se me viene a la cabeza, aunque cualquier parecido con la Holanda de Cruyff sería mera coincidencia. Con excepción del portero, todos los deportistas perseguían el balón allí donde este fuera, e incluso en momentos puntuales en que uno de los dos equipos cobró cierta ventaja, no pude apreciar el más mínimo intento de establecer cierto orden defensivo para mantener el resultado.
Por otro lado, no se podía hablar ni de lejos de “fair play”, y es que cada jugada era discutida hasta la saciedad, llegándose a negociaciones de lo más estrambóticas que normalmente eran zanjadas planteando una inexplicable elección al presunto equipo infractor (“saque de banda o falta”, “penalty o gol”…).
Pero olvidémonos de la mayor o menor corrección (tanto táctica como deportiva) del choque y pasemos a enjuiciarlo bajo un criterio en base al que resultaba sin duda insuperable: la diversión. Era prácticamente imposible no ver sonrisas casi perennes en los jugadores. Resultaba contagioso ver esa alegría tan pura e imborrable, incondicional, incluso en el equipo derrotado. Y dentro de esa constante felicidad, había un momento concreto en el que el medidor se disparaba y la euforia tocaba techo: su majestad el gol.
Cada vez que un equipo marcaba (lo cual, dado lo férreo de los sistemas defensivos, era bastante habitual) había que parar el partido un par de minutos. El autor del tanto corría y gritaba como si hubiese aprobado unas oposiciones, para finalmente dejarse caer sobre la arena y ser abrazado por todos sus compañeros, presas de un éxtasis similar. Incluso en la recta final, cuando uno de los equipos llevaba una clara ventaja, los goles del derrotado continuaban siendo celebrados con idéntico paroxismo.
Ese partido me trajo muchos recuerdos de mi infancia, y me permitió comprobar que aunque la sociedad se encuentra en permanente mutación, hay algunas cosas que, afortunadamente, aún perduran. Esos niños, con su espontánea felicidad, me dieron mucho más que cualquier encuentro oficial de primer nivel. Desgraciadamente, soy incapaz de recordar la última vez que fui tan feliz como ellos esa tarde de verano.
27/09/2010 | 8:02
«Desgraciadamente, soy incapaz de recordar la última vez que fui tan feliz como ellos esa tarde de verano.»
A veces nos pasa 🙁 curiosamente la ultima vez que yo fui tan feliz tambien fue con un balon en los pies, mientras esquivaba como podia (y no se como podia con esta condicion fisica tan mala que tengo) a unos amigos mientras jugabamos en la calle hace unos meses XD
27/09/2010 | 8:30
Dejadme mi Street Fighter IV y mi Starcraft II. Quedaos con vuestro fútbol.
27/09/2010 | 8:46
Uy¡¡ que cosa más feliz que esta puede haber?
Te falto poner una frase y regla mitica de estos partidos en Galicia decian. «no vale furar» que viene siendo «no vale tirar fuerte».
Muy buen post.
Pd. los 80 cada día más lejos.
27/09/2010 | 9:48
@kikito precisamente una vez finalizado el partido volví a casa y me dediqué a exterminar zergs (en vacaciones hay tiempo para todo, incluso me he tragado algún «Sálvame», pero guárdame el secreto 😉
@Teucrum gracias. En Almería también poníamos esa regla, aunque la frase que decíamos en mi grupo era «no vale pepinazo» (en nuestra provincia la agricultura es omnipresente… 😉
27/09/2010 | 9:57
@Teucrum Cuando era pequeño, en mi barrio era ¡NO VALE A TRALLAZO!, que por cierto, acabo de buscarlo en la RAE y existe.
27/09/2010 | 13:21
Es el signo inequívoco de que nos hacemos mayores: cada vez más, recordamos momentos de la infancia con cierta nostalgia y añoranza. Lo sé porque me pasa a mí y sólo tengo 27 xD
recuerdo múltiples posibilidades de juego alrededor de un balón cuando era peque:
El «dos toques» que era jugar sólos o en parejas para intentar marcar más goles que el rival. Si jugabas en individual sólo tenías dos toques de balón posibles por lo que generalmente todo se limitaba a un cañonazo de portería a portería. Al ir en parejas la cosa mejoraba al poder avanzar campo haciendo paredes.
La «alemana» en el que uno se ponía de portero y tenía que sufrir el acoso de un número variable de jugadores. La sistemática: el gol siempre debía venir prececido de un pase en el aire de otro jugador. No valía tirar si el balón tocaba el suelo. Si el balón salía de un área limitada o el portero la agarraba, cambiaba el portero.
Creo que podría escribir un comentario de kilómetros con estas cosas xD
27/09/2010 | 19:55
En málaga también existía la regla de los pepinazos. Aunque era más común decir «no valen boleones»…
27/09/2010 | 21:42
Lo más divertido, con un balón, era jugar un «barrenón». Un grupo de críos, un balón y el objetivo de darnos balonazos (tirando a hacer daño, claro) unos a otros. El que tocara el balón con la mano, iba al «paredón». Se ponía en una pared, sin moverse, y los demás tirábamos un tiro cada uno para darle al castigado.
28/09/2010 | 3:32
Buen articulo!!! por cierto, en Graná deciamos y decimos: no vale fundir (=tirar fuerte) jejeje
28/09/2010 | 8:39
@Omar Yo conocí ese juego como «el ajo pelotero» (no me preguntes de dónde viene…)
28/09/2010 | 9:37
Madre que recuerdos, nosotros jugabamos aun juego que era el «Culete» que era como un «Aleman» como ha cometado @Skeku y el que llegara a 10 puntos se ponia el con el culo en ponpa y a darle en culo, jajajaj. Joer como picaba cuando te daban en las pantorrillas XDD.
28/09/2010 | 14:07
En Valencia era «no vale trallón/tralloná», nos encantan las agudas, qué le vamos a hacer.
28/09/2010 | 14:09
Añado que lo mío era en Sevilla lo que demuestra que éramos unos asilvestrados totales xD.
Y después de esto qué mejor que nos pongáis un artículo hablando del famoso juego «mosca» donde llovían palizas por doquier. Seguro que más de uno caímos ahí dentro xD
28/09/2010 | 16:51
@skeku jeje el temido «aviso mosca», prohibido en 7 Estados… demasiado traumático en mi caso para escribir sobre ello 😉
21/10/2010 | 8:19
Yo pondria varias variantes ( mi barrio era muy fertil en crios e imaginacion ). El estudio estadio, que era un partido uno contra uno una porteria, en el que hacias jugadas con tiro a puerta final, seleccionando jugador y tipo de jugada. Tenias derecho a un penalty y a dos faltas por partido. Tambien eramos un pelin salvajes y directamente jugabamos a «entradas», lease, una pelota y diez crios asalvajados a por el del balon. Tenia su gracia ; ), excepto cuando casi me caargo a un colega con una patada en el estomago… eso no tuvo gracia… en fin.