Ene
5
2010

Un encuentro con Sus Majestades

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Como siempre, Gabriel cenó un sandwich de jamon york y queso, sin tostar y sin corteza en el pan. Acto seguido se dirigió al salón, donde se acurrucó en su viejo y mullido sofá, se cubrió con su manta de cuadros y procedió a realizar un barrido por los distintos canales de su posesión más preciada: una pantalla plana de 50 pulgadas que valía cada céntimo que había pagado por ella. Era la noche de Reyes, con lo que se hacía muy complicado esquivar los contenidos navideños. Por fin, tras dos minutos de ejercicio dactilar, Gabriel vio ante sí la reconfortante figura de uno de sus actores favoritos.

A lo largo de sus tres décadas de vida podía haber visto perfectamente catorce veces «La jungla de Cristal», pero daba igual. Siempre que la echaban se la tragaba hasta el final o se dormía en el intento, y esa noche no iba a ser una excepción.

Transcurrida la primera hora de explosiones, disparos, terroristas, yipi-kay-yei hijodeputa y testosterona, Gabriel, como de costumbre, enterró la cabeza bajo la manta y se quedó dormido.

De repente abrió los ojos, totalmente desorientado e incapaz de calcular cuánto tiempo había transcurrido desde que perdió la consciencia. Justo cuando iba a iniciar su primer movimiento para levantarse del sofá y dirigirse al dormitorio, sus oídos terminaron de despertar y le alertaron de un ajetreo muy cercano que le hizo permanecer inmóvil. Había alguien en el salón.

Con un enorme esfuerzo de voluntad logró controlar los temblores que amenazaban con descubrir su posición. Muy lentamente desplazó unos milímetros su cobertura dejando una rendija que le permitiera inspeccionar. Uno, dos, tres… ¡Había cuatro individuos allí! ¿Pero qué hacían? ¿Cómo habían entrado? Siguió mirando desde su escondrijo aprovechando la oscuridad de la habitación, únicamente rasgada por la aún encendida televisión, en la que Bruce Willis había sido sustituido por una señorita ligera de ropa que a buen seguro tendría una digestión pesada. En cuanto a sus visitantes, se encontraban totalmente inmersos en el programa culinario, mientras ingerían el contenido de unas pequeñas botellas y una sospechosa humareda emergía de sus bocas.

Navidad - Vicio

Tras unos momentos inmóvil contemplando cómo los extraños bebían, fumaban y veían porno en su casa sin reparar en su presencia, la paciencia de Gabriel llegó a su límite: tenía que hacer algo. Buscó con la vista algo que le valiera como arma con la que poder defenderse, pero lo más parecido que había en las proximidades era un viejo jarrón verde que el antiguo propietario de la casa había abandonado al mudarse. Sin otra opción mejor e incapaz de mantener por más tiempo la inactividad, Gabriel se desembarazó de la manta y dio un salto para asir el jarrón y sujetarlo con las dos manos sobre su cabeza en actitud amenazante.

– ¡Alto ahí! ¡Fuera de mi casa sinvergüenzas! – gritó mientras apoyaba la espalda contra el interruptor de la pared haciendo que la luz inundara la habitación.

Al contacto con la claridad, las cuatro figuras, criaturas de la oscuridad, ancianas, mal vestidas y peor olientes, parecieron menguar, y todas se taparon los ojos mientras aullaban.

– ¡Apaga eso tío! – gritó uno.
– ¡Keith, haz algo! – ordenó otro.

Un tercero, el tal Keith, cogió una guitarra que tenía apoyada contra un armario y de un golpe destrozó la lámpara, devolviendo la tiniebla al lugar.

– ¡Uff! ¡Joder! ¿Pero estás loco? – le increpó el que había dado la orden.

Gabriel, tembloroso y con su jarrón verde aún asido, no sabía qué hacer. Acostumbrados ya sus ojos a la falta de luz, escrutó los rostros de sus interlocutores. Había algo familiar en ellos…

– ¿Quiénes sois? ¿Qué queréis? – logró preguntar.

El jefe se aclaró un poco la garganta y, con cierta grandilocuencia, le respondió:

– Bueno, aunque nos gusta más el sobrenombre de «Sus Satánicas Majestades», por aquí se nos conoce como «Los Reyes Magos».
– ¿Sus Satánicas…? ¡¿Los Reyes Magos?! – preguntó anonadado Gabriel -. ¡Venga hombre! Aún en el caso de que existieran, todo el mundo sabe que los Reyes son sólo tres…

Keith dio un paso adelante y exclamó:

– ¡Eso es porque a mí siempre me confunden con el camello! – Ante el comentario todo el grupo prorrumpió en sonoras risotadas y brindaron con sus cervezas.

Navidad - Keith

Gabriel trató de calmarse y se fijó mejor, dándose cuenta entonces del motivo por el que le sonaban las caras de esos cuatro viejos: ¡tenía ante sí a los mismísimos Rolling Stones!

– ¡Tíos, no puedo creerlo! ¡¿Cómo iba a imaginar que vosotros érais los Reyes Magos?! ¡Si lo hubiera sabido habría escrito la carta! – aseguró mientras dejaba a un lado el jarrón.
– Es igual, ¡nos la habríamos fumado! – volvió a terciar Keith para regocijo de sus compañeros.
– Bueno, ¿y qué? ¿he sido bueno? ¿regalos…? – preguntó Gabriel ilusionado ignorando la broma.
– Lo cierto es que te traíamos una televisión nueva de… ¡100 pulgadas! – explicó el líder con aire afectado.
– ¿¡100 pulgadas!? ¡Toma ya! ¡Muerte a los Beatles…! – explotó Gabriel con los brazos en alto haciendo los cuernos con las manos mientras sacaba la lengua.
– ¡No tan deprisa! – le cortó el jefe -. Me temo que lo has estropeado todo despertándote. Ya sabes que los Reyes nunca dejan los regalos si les pillan.
– ¿Qué? ¡Venga ya hombre! – se desinfló Gabriel. Tras unos instantes de dudas pareció ocurrírsele algo – ¿Y si me voy zumbando al dormitorio y no salgo hasta mañana por la mañana?
– Umm – el líder pareció dudar – no sé. Ron, ¿tú qué opinas?
– Bueno Mick, supongo que podríamos hacer una excepción por esta vez.
– ¿Charlie? ¿Keith? – volvió a consultar Mick. Ambos asintieron -. Está bien tío, vete a tu cuarto, duérmete y no aparezcas por aquí hasta mañana.
– ¡Sí! Sí! ¡Me voy a tomar un diazepam que ni Snake! – prometió Gabriel esperanzado -. ¿Hasta qué hora me tengo que quedar allí?
– Bueno… tampoco mucho, puedes salir a primera hora de la mañana, a eso de las 13:00.
– Primera hora… ¿las 13:00?… ¡bueno! ¡sí! ¡por supuesto!

Con un alegre bailoteo Gabriel se dirigió como una exhalación a la puerta de salida de la habitación mientras tarareaba «Simpathy for the devil». Cuando pasaba por el lado de Keith, éste se le acercó y le detuvo.

– Escucha colega, me ha parecido oír que te ibas a tomar un diazepam para dormir bien…
– Emm… pues sí, es lo más fuerte que tengo…
– ¿Lo más fuerte? Tío, no me hagas reír, desarrollé la inmunidad a esa mierda durante mi infancia. Mira, mejor tómate esto – aconsejó al tiempo que le tendía una extraña pastilla color sangre – ¡Te hará subir a los cocoteros! – apostilló abriendo mucho los ojos.
– ¿A los cocoteros? Esto no será peligroso, ¿no? – inquirió Gabriel algo dubitativo mientras tomaba la cápsula de manos del guitarrista.
– Gabrieeeel – se oyó la cantarina voz de Mick con tono burlón -, creía que querías tus 100 pulgadaaaas…

La mención de su regalo hizo que las dudas de Gabriel se disiparan. Con un rápido ademán se metió la pastilla en la boca y se la tragó, lo cual provocó un gesto de aprobación en sus interlocutores. Acto seguido se metió en su dormitorio, se sepultó bajo las mantas de su cama y cerró los ojos.

Navidad - Vela

Muy despacio, la consciencia fue volviendo poco a poco a Gabriel. Se sentía sorprendentemente mal. Era como si tuviera la peor resaca de su vida multiplicada por diez, y además le hubiera atropellado un camión. Finalmente, con un enorme esfuerzo, logró entreabrir los párpados. Lo que vio le dejó descolocado. No se encontraba en su dormitorio, sino en una extraña habitación de blancas paredes, rodeado de una maquinaria de aspecto futurista conectada a su cuerpo mediante una especie de sensores.

A los pocos segundos de recuperar la consciencia, uno de los complejos aparatos comenzó a emitir un zumbido. Gabriel lo miró desconcertado, sopesando la posibilidad de tratar de incorporarse para hacerlo callar, pero en ese momento un hombre completamente desnudo entró a la carrera en la habitación a través de una de las paredes, que pareció disolverse a su paso. El varón, de mediana edad y pelo encanecido, se le acercó mucho más de lo que a Gabriel le habría resultado cómodo dada su ondeante desnudez, y comenzó a observarle con los ojos desorbitados por la sorpresa. Tras interactuar por unos segundos con los artilugios adyacentes, se decidió a hablar.

– Señor Gabriel Murphy, soy el doctor Malcolm Sayer – se presentó -, se encuentra usted en el St. Richards Hospital, ¿puede hablar?

Gabriel miró al tipo desnudo con expresión desconcertada. Acto seguido trató de poner en marcha los músculos de su boca y garganta, que parecían estar completamente anquilosados.

– Sí – logró formar con un suave y raspado balbuceo -. ¿Qué hago en un hospital? – preguntó, decidido a seguirle la corriente a ese tipo por el momento.

El doctor Sayer realizó una breve inspiración antes de responder.

– Verá, no hay una forma suave de comunicar esto, así que se lo diré sin más: acaba usted de despertar de un coma.

Gabriel miró atónito a su desnudo interlocutor. Se llevó la mano a la cabeza para rascársela y una nueva sorpresa se abrió paso. Recorrió alarmado la superficie de su cráneo con ambas manos frenéticamente.

– ¡Estoy calvo! – casi chilló.
– Cálmese señor Murphy. Ha pasado usted una larga temporada desconectado del mundo, es normal que se hayan producido algunos cambios a nivel físico…
– ¿Una larga temporada? ¿Cuánto es eso? – preguntó Gabriel mientras observaba perplejo su arrugada mano.
– Bueno, creo que deberíamos empezar por las buenas noticias. En este tiempo la medicina ha evolucionado mucho, de manera que puedo afirmar que le quedan a usted aún bastantes años para disfrutar de la vida…
– Oiga – entonó Gabriel con firmeza -, ¿cuánto tiempo llevo en coma? – preguntó casi deletreando cada palabra.

El doctor Sayer le miró con expresión compungida y, finalmente, bajó los hombros y respondió.

– 50 años.
– ¡¿Qué!? ¡¿Qué!? ¡¿Qué!? ¡¿Qué!?…
– Tiene que calmarse señor, ya le he dicho que con los avances…
– ¡Métase por ese culo que tanto le gusta enseñar los avances!
– Está bien, ¿sabe qué? – comenzó el doctor suavemente tras unos segundos de reflexión -, le voy a dejar solo para que pueda usted irse haciendo a la idea de su nueva situación. Si quiere puede ver la holovisión, creo que eso le ayudará a ir entendiendo cómo es el mundo en el que…
– Holovisión… – repitió débilmente Gabriel, cuya ira parecía haberse retraído.
– Holovisión, sí. Es como… como las televisiones de su época pero… digamos que… algo más completa.
– Doctor.
– ¿Gabriel?
– Esa… holovisión…
– ¿Sí?
– ¿Cuántas pulgadas tiene?

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Categorías: Relatos

14 comentarios

  • El gag del sofa
    5/01/2010 | 7:12

    Jajaja xD Todo sea por la tele 😛 Muy bueno el relato (Y)
    Saludos

    Responder a El gag del sofa
  • yeyo
    5/01/2010 | 13:47

    jjejejeje, que mal rollo de cuento navideño xDDD

    y si los Rolling te traen carbón porque te has portado mal, ¿qué pasa al tomarte la pastilla roja? ¿te despiertas en una mina de la cuenca leonesa? 😛

    Responder a yeyo
  • Floc
    5/01/2010 | 13:59

    Jojojo, que bueno el relato. Quedemos maaaaaz!

    Responder a Floc
  • gamgaber
    5/01/2010 | 14:46

    Muy bueno jajaja

    Responder a gamgaber
  • Creikord
    5/01/2010 | 21:33

    No esta mal…

    Responder a Creikord
  • ViZkA
    6/01/2010 | 1:48

    Bravísimo.

    Responder a ViZkA
  • Truch
    6/01/2010 | 4:45

    Al principio no lo entendía pero me ha gustado el final.

    Te has lucido, jajaja! q buena!

    Me has animado la noche, hasta la próxima.

    Responder a Truch
  • Cloro
    6/01/2010 | 13:32

    Muchas gracias a todos!

    @yeyo jeje no es mala idea eso de la mina, quizá escriba una continuación… 😉

    Responder a Cloro
  • gianfranco
    6/01/2010 | 16:36

    que buen relato joder!

    Responder a gianfranco
  • Calculin
    6/01/2010 | 17:26

    Yo también quiero una holovisión! XD

    Responder a Calculin
  • Picoto
    7/01/2010 | 9:29

    Ondeante desnudez, jejeje.

    Responder a Picoto
  • sephil
    9/01/2010 | 23:12

    Bueno era una tele de 100 pulgadas….. yo tambien lo habría hecho….. bueno en realidad no

    Responder a sephil

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